lunes, mayo 23, 2011

La laguna de la eternidad


Ahí estaba ella, llevaba días merodeando por aquellos lares, paseaba su magna hoz y su hirsuta toga por los pasillos semi-alumbrados, de madrugada, su paso seguía el ritmo y la cadencia propia del que conoce su destino anticipadamente y no tiene prisa por saber que hay detrás de la siguiente puerta. Su visita es, mayoritariamente, despreciada y odiada, repudiada y sentida, aunque inevitable e impostergable, cuando la funesta mensajera hace guardia a los pies de la cama, nada ni nadie consigue echarla de allí.
Entre los últimos suspiros de vida exhalados, el alma se escapaba entre toscas respiraciones, tal y como la arena se escapa entre los dedos, ella se acercó y con su helado aliento dijo pausadamente "son para el barquero", y le dio dos talentos de plata, él, un luchador de los de antes, con las fuerzas justas cerraba las manos y rechazaba las monedas, ella, sabia y vieja como el nacimiento del mundo, optó por no seguir ese juego y se los colocó en los ojos, "estos humildes talentos que te ofrezco te ayudarán a guiarte en esta larga y solitaria travesía, piensa que en realidad, pasamos más años en el sueño eterno que vivos, créeme, soy la funesta mensajera".
Cuando abrió los ojos, notó el frío de plata en los parpados, se llevó las manos a la cara y cogió las monedas, las miró con curiosidad y las guardó en el bolsillo y se dispuso a esperar a un lado del vado, caminó un poco, daba vueltas cansado de esperar en la eternidad de la desolación, llegó sin darse cuenta a la gran laguna, vio un pequeño embarcadero de vetusta madera, vieja y descuidada, un par de postes hendidos cerca de la orilla, unidos tontamente por desgastadas tablas, sólo dios sabe cuánto tiempo mora el embarcadero allí. Vio de lejos una extraña y corvada figura acercándose, vio la barca flotar y el viejo que la llevaba " el barquero" pensó él... Llegó a la orilla... "soy Caronte hijo mío, por dos talentos de plata, seré tu compañero de viaje unos días, lo que tardemos en cruzar la laguna", se subió a la barca, le dió los talentos y allí comenzó el duelo de los demás.
El principio del final de la vida fue el cese del dolor y el sufrimiento vital, mientras su cuerpo inerte y gélido esperaba el visto bueno de Tanatos, un cierto estupor y sorpresa restaba suspendido en el ambiente como partículas de polvo en el desierto, un aire viciado y sofocante capaz de arrancar dos lágrimas al más frío témpano de hielo. Aunque fuera la crónica de un viaje a la laguna de la eternidad ya anunciado, no dejaba de tener cierta sopresa su partida... ¿quién no desea que los seres queridos vivan un día más entre nosotros?
Fue una derrota con sensación de victoria y alivio, sobrevivió a la vida pero sucumbió ante Tanatos y su mensajera.
A veces, como destellos, pienso y siento una extraña sensación adentro, una opresión en el pecho, como si tuviera cemento encima, sacos de cemento apretando, ejerciendo la fisica y dando la razón a la gravedad... y cuando yo ya no esté aquí, díme amigo, ¿quién vivirá mi vida por mi?